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El agricultor, ese gran olvidado que sigue salvando el medio ambiente mientras otros redactan estrategias

Pedro Barato, presidente de Asaja

Hoy, 5 de junio, celebramos —o deberíamos celebrar— el Día Mundial del Medio Ambiente. Y digo deberíamos, porque, un año más, vuelve a pasarse por alto a quienes cada día cuidan, preservan y regeneran el medio natural mientras el resto del mundo mira hacia otro lado: los agricultores y ganaderos.

En estos días se publican discursos grandilocuentes. Desde Bruselas, la Comisión Europea ha presentado su nueva Estrategia de Resiliencia Hídrica. Palabras bonitas, objetivos ambiciosos: restaurar los ciclos del agua, reducir el consumo, proteger la calidad, promover soluciones basadas en la naturaleza… Y sin embargo, en los papeles oficiales, el campo apenas aparece. Ni una mención clara a los verdaderos gestores del agua: los productores que alimentan Europa. Mucho verbo, poca acción.

Los guardianes invisibles de la tierra

Cuando hablamos de medio ambiente, rara vez se piensa en el agricultor que cuida sus suelos año tras año, que rota cultivos, que mejora su fertilidad y que aplica técnicas cada vez más precisas y respetuosas. Gracias a la agricultura de conservación —siembra directa, cubiertas vegetales, rotación de cultivos— los suelos europeos están cada vez más vivos y resilientes. Según datos de la FAO, estas prácticas pueden aumentar hasta un 20% la capacidad del suelo para retener agua y reducir la erosión en más de un 50%. ¿Esto no es proteger el medio ambiente?

Ganadería: aliados en la prevención de incendios

Mientras los debates burocráticos siguen, los ganaderos hacen su trabajo. El pastoreo extensivo es una herramienta insustituible en la prevención de incendios forestales. El ganado limpia montes, reduce la biomasa, rompe el ciclo del fuego. Estudios recientes confirman que puede eliminar hasta el 90% del material combustible en ciertas áreas. Este “cinturón verde” vivo, como bien lo están demostrando proyectos como el de La Palma, salva cada año miles de hectáreas de ser pasto de las llamas.

Sin agua, no hay futuro

Pero el agua sigue siendo el gran talón de Aquiles. La estrategia hídrica de Bruselas ha optado por el discurso políticamente correcto de siempre: hablar de reducir consumos, de revisar presas, de evaluar los impactos ambientales de cualquier infraestructura de almacenamiento… mientras los agricultores esperan. Esperan permisos, esperan inversiones, esperan planes de futuro. Se les exige producir más, adaptarse al cambio climático, aumentar la producción de biomasa para bioeconomía… y todo ello con menos agua y más trabas.

Según estimaciones de Farm Europe, para cumplir los objetivos climáticos de aquí a 2050 será necesario incrementar la producción agrícola europea un 25%. ¿Con qué agua? ¿Con qué infraestructuras? ¿Con qué apoyo?

La falta de valentía política a la hora de planificar el almacenamiento de agua está poniendo en riesgo la soberanía alimentaria europea. Los embalses no son enemigos del medio ambiente si se planifican con inteligencia. Son garantes de estabilidad para miles de explotaciones que dependen de un recurso cada vez más volátil.

Costes al alza, burocracia asfixiante

A este cóctel hay que añadirle la asfixia burocrática y los crecientes costes de producción. El alza del gasóleo, de los fertilizantes, de los piensos, de la energía, se suma a la montaña de trámites, inspecciones, controles y papeleos que cada agricultor y ganadero debe afrontar casi a diario. Porque ahora, además de producir alimentos, se le exige ser experto en administración, legislación ambiental, fiscalidad y digitalización. Y todo ello bajo el escrutinio constante de normativas que muchas veces nacen en despachos muy alejados del terreno.

Sin agricultores no hay paisaje

Detrás de cada viñedo, de cada olivar, de cada dehesa, hay hombres y mujeres que, a fuerza de sacrificio, mantienen vivos nuestros pueblos, cuidan el paisaje, sostienen la biodiversidad y generan empleo. Son el mejor cortafuegos contra el abandono rural, ese sí el verdadero enemigo del medio ambiente.

Mientras otros redactan estrategias, ellos ponen el despertador a las 5 de la mañana, riegan sus cultivos con mimo, alimentan sus ganados, mantienen sus acequias limpias, reparan cercas, controlan plagas con métodos naturales y aplican la innovación donde pueden. Y todo ello bajo un riesgo económico constante.

El gran pacto pendiente

Si Europa quiere de verdad garantizar su seguridad alimentaria, su soberanía energética y su adaptación climática, tiene que mirar de frente al campo. Invertir en infraestructuras hídricas modernas, en innovación genética, en maquinaria eficiente, en asesoramiento técnico, en simplificación administrativa. No es un capricho. Es una necesidad de Estado.

El campo no pide ser subvencionado. Pide ser respetado, ser escuchado y tener las herramientas necesarias para seguir produciendo. Somos agricultores, no burócratas.

Hoy, en el Día Mundial del Medio Ambiente, lo justo es que lo digamos alto y claro:

Sin agricultores y ganaderos, no hay medio ambiente que salvar.

No a la comida falsa

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