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Volver a domesticar el fuego

Firma: José Vicente Andreu, presidente de ASAJA Alicante

En la historia de la evolución humana hay momentos clave en los que se decidió el destino del ser humano como especie en el planeta. El primero fue el control del fuego. Cuidarlo era la labor más sagrada y de mayor responsabilidad dentro de la tribu.

Entre otras cosas, este permitió a los homínidos primitivos cocinar sus alimentos y aumentar su valor energético debido a la mejora en la absorción de proteínas e hidratos de carbono, proporcionándoles una ventaja competitiva sobre el resto de los seres vivos.

A partir de ahí, nuestra evolución se disparó: dominamos los metales, la agricultura y la ganadería y nos hicimos sedentarios, creando asentamientos humanos que dieron paso a aldeas que terminaron siendo ciudades.

El trinomio tierra, agua y sol ha sido considerado la base imprescindible para cultivar y producir alimentos, pero no está completo si no se introduce el fuego.

Las quemas agrícolas han tenido un papel esencial en la eliminación de plagas, en la regeneración de pastos, en la conservación y fertilidad del suelo, en el control de malas hierbas y en la evolución de las especies vegetales, entre otras muchas cosas.

El fuego siempre ha formado parte del ecosistema rural. Sin embargo, las políticas ecologistas han acelerado un preocupante y creciente abandono. Inevitablemente, esta metamorfosis ha empujado al olvido colectivo del uso del fuego como instrumento del manejo de esos ecosistemas.

En los últimos sesenta y cinco años la superficie de bosque ha crecido un 74% en España, mientras que la de uso agrícola y sobre todo ganadero ha caído en un 33%. Hoy, 28 millones de hectáreas del territorio nacional son suelo forestal, frente a tan solo 16,8 millones de suelo cultivado.

A esta tendencia hay que sumarle el inquietante desplome del 52% en la inversión en prevención de incendios durante los últimos quince años, dato que deja claro de quién es la responsabilidad de lo que está sucediendo este fatídico agosto.

Después de la península Escandinava, España y Portugal constituyen la gran reserva de bosques europeos. Nuestro país tiene el doble de bosque per cápita que Francia, cinco veces más que Alemania y diez más que el Reino Unido. Somos la reserva forestal de la UE y, a la vez, la zona con mayor riesgo por la sequía y el clima.

Si es cierto que desde Europa se quiere conservar la naturaleza, este problema no es solo nuestro, y aquí deberían notarse las decisiones que se toman en Bruselas.

El fuego controlado ha dejado de ser un aliado y ha pasado a ser un enemigo indomable. Esos pequeños incendios que antaño se podían ver en los campos cultivados, en los que al amanecer del invierno o primavera se veían las humaredas como columnas ascendentes, se han esfumado bajo un doble rodillo: por un lado, el del legislador, por la prohibición de las quemas agrícolas controladas, y por otro, la expulsión de los guardianes del campo, debido a la baja rentabilidad del sector agrario y a normativas que ignoran la realidad del agricultor y ganadero.

Esos bancales labrados y huertas, así como la ganadería extensiva, que ha imperado durante siglos, han custodiado el medio ante la amenaza del avance de llamas sin control.

La nada más absoluta en los campos colindantes a pueblos y montes hace que el bosque avance sin piedad, devorando poblaciones enteras. Las rodea y engulle.

Mientras España arde y no hay medios suficientes para poner fin a esta pesadilla, no podemos conformarnos con la resignación o la repetida pelea política cada vez que hay un desastre natural.

Ante la devastación, poco se ha hecho esperar el mantra del cambio climático, ese que se usa para justificar lo que no se sabe gestionar.

No nos engañemos: lo que está ocurriendo solo se le puede atribuir a la inacción de las administraciones. Hay que cambiar las políticas enfocadas al medio rural, tomar acción, invertir en prevención y luchar contra el fuego antes de que llegue, como se ha hecho toda la vida.

Cuando veas un bosque descuidado, ¡peligro! Los incendios no se apagan en verano. Se extinguen en invierno clareando el bosque, desbrozando la maleza, manteniendo las veredas y recuperando los pastos y las cabañas ganaderas. Con ese cortafuego a raya, llegaremos mejor preparados al caluroso verano.

La historia está para conocerla y respetarla. Por eso, retomemos la página en la que sí sabíamos lo que hacer y volvamos a domesticar el fuego.

José Vicente Andreu, presidente de ASAJA Alicante

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