- LOS profesionales del campo español, como los de buena parte de la Unión Europea, protagonizábamos en los primeros meses de 2024 una movilización sin antecedentes históricos inmediatos. Agricultores y ganaderos expresábamos en las calles sentimientos de abandono e injusticia.
- Nos quejábamos de la competencia desleal desde países extracomunitarios, de la inflación de costes, de la baja rentabilidad de la inversión y del trabajo agroganaderos, del exceso de políticas regulatorias (especialmente desde las instituciones europeas), de una digitalización que el sector no demanda al ritmo acelerado que se nos impone… y también denunciábamos una falta de reconocimiento social y de apoyo real desde las administraciones públicas.
- De algún modo, en poco tiempo habíamos pasado de sector esencial (uno de los pocos a los que se dejó trabajar durante la pandemia para asegurar el suministro de alimentos) a criminalizarnos por perjudicar el medio ambiente y no mirar por la salud del consumidor, y a inundarnos con un tsunami de normas, requisitos, condiciones, exigencias… en definitiva, esas mareas de papeleo de ida (a base de boletines oficiales) y de papeleo de vuelta que debemos presentar en tiempo y forma para cumplir lo que se nos plantea… ¡Esas famosas carpetas que nos quitan el sueño más que el manejo de la propia explotación!
- UNA PAC FALLIDA. La movilización mostró además el rechazo profundo a la actual Política Agrícola Comunitaria 2023-2027, cuyo sesgo medioambientalista y restrictivo es patente. Los mismos retoques que, a raíz de las protestas, se van introduciendo aquí y allá (casi siempre en cuestiones puntuales, no en aspectos de fondo) son la prueba manifiesta de que muchas normas obedecen a prejuicios ideológicos y modas políticas, sin el respaldo de evidencias científicas, razones agronómicas y motivos productivos.
- La famosa Agenda 2030, que no hemos votado y que obedece a planteamientos globalistas de unas élites que en su vida pisaron una granja, inspira esa PAC y muchas otras políticas que nos afectan en el día a día.
- Por poner un ejemplo concreto, cualquiera que sepa el combustible que gasta un avión comercial (entre tres y cuatro litros de queroseno por pasajero cada cien kilómetros) deducirá que los consumos actuales de gasóleo agrícola para producir alimentos y su efecto en el medioambiente son comparativamente tan insignificantes que no justifican ciertas obligaciones agronómicas.
- Además, el profesional del campo es el primer interesado en ajustar ese coste. Pero ve que, mientras a él le miden los milímetros de profundidad de arado, otros surcan el aire mañana, tarde y noche sin que eso parezca preocupar a nadie… Pero hoy no quería yo hablar del Falcon.
- TOLVA NORMATIVA. La UE está metida en una tolva normativa de la que no sabe salir. Los países y los ciudadanos somos víctimas de una obsesión regulatoria que frena el desarrollo de muchos sectores, incluido el nuestro.
- Ahora que las mentes pensantes del poder comunitario ya dibujan las líneas de la futura PAC, deben mirar no tanto por asegurar alimentos de calidad a precios asequibles para toda la población europea (capacidad que ya hemos demostrado), como las medidas y la financiación para que una minoría de la población (y bajando) que nos dedicamos a ello siga dispuesta a hacerlo.
- De lo contrario, la agricultura y la ganadería corren riesgo de acabar como otra más de las actividades económicas que vamos externalizando fuera del espacio comunitario. Y entonces otros nos venderán alimentos de peor calidad y al precio que nos quieran cobrar. Otra lección (por cierto, ya olvidada) que nos dejó la pandemia.
- «La famosa Agenda 2030, que no hemos votado y que obedece a planteamientos globalistas de unas élites que en su vida pisaron una granja, inspira LA ACTUAL PAC 2023-2027 y muchas otras políticas que nos afectan en el día a día.»