Firmado: Agustín Miranda Sotilllos, director gerente de ASAJA
Este julio, la inflación ha vuelto a repuntar. Un 2,7% interanual, según el dato adelantado por el INE, impulsada principalmente por la subida del precio de la electricidad y de la alimentación. Pero mientras los titulares apuntan al coste de la energía, y a un incremento del precio de los productos agrarios sin mas explicación, en los pueblos y explotaciones del campo español sabemos que el verdadero problema es más profundo: el precio de los alimentos no deja de subir porque producirlos en España es cada vez más difícil y más caro. Y eso no es fruto de la casualidad, sino de una política agraria nacional que está penalizando al sistema productivo en lugar de incentivarlo.
Detrás de cada litro de leche, cada tomate o cada filete hay decisiones políticas que afectan directamente al precio final. Hablamos de costes laborales al alza, impulsados por medidas que, aunque bienintencionadas —como decision de la ampliación de los permisos de maternidad y paternidad sin evaluar sus costes en los productos, eso si, sin decir la administración quien va a pagar ese sobrecoste—, están encareciendo la contratación en sectores donde la temporalidad es inevitable por el propio ciclo agrícola. Hablamos de costes energéticos disparados, trabas administrativas y un exceso de burocracia que agota a los productores antes incluso de llegar al mercado, y deciciones estrategicas de geopolicita que estan perjudicando nuestros mercados nacionales y extranjeros.
El resultado es el que ya conocemos: los costes de producción suben, los márgenes del agricultor y ganadero se reducen al mínimo, y el consumidor paga más por una cesta de la compra cada vez más modesta. En lugar de apostar por el campo, por invertir en políticas agrarias que aumenten nuestra capacidad productiva, el Gobierno prefiere importar productos del exterior. Es una solución fácil a corto plazo, pero extremadamente peligrosa a medio y largo. ¿De verdad queremos convertirnos en un país dependiente del exterior para alimentarnos?
Más allá del impacto económico, hay algo aún más grave: este abandono progresivo de la producción nacional pone en riesgo la propia identidad de nuestra alimentación. No hablamos solo de productos, hablamos de cultura, de paisaje, de pueblos. La dieta mediterránea no es solo un argumento turístico que nos esta reportando inteesantes ingresos o una etiqueta europea; es un modo de vida que ha sido posible gracias al trabajo silencioso de miles de agricultores, ganaderos y pescadores. Y si ellos desaparecen, desaparece también ese vínculo entre lo que comemos, lo que somos y lo que ofrecemos al mundo.
No se trata de ir contra el progreso ni de rechazar las mejoras sociales. Se trata de equilibrar la balanza. De entender que cada norma, cada reforma, cada medida que
afecta al campo tiene un efecto dominó que termina en la mesa del consumidor. Suben los precios porque hemos dejado de cuidar la raíz. Y sin raíz, ni hay alimento, ni hay pueblo, ni hay futuro.
Es hora de que la política agraria deje de ser un apéndice en los planes económicos y pase a ser una prioridad real. Porque defender al sector primario no es solo defender a quienes producen. Es defender lo que comemos, lo que somos y lo que queremos seguir siendo.
Firmado: Agustín Miranda Sotilllos, director gerente de ASAJA