En 1985, España firmó su adhesión a la Comunidad Económica Europea en un acto solemne en el Palacio Real, mientras el país aún sufría los zarpazos del terrorismo y la crisis económica.
Fue un momento de unidad política y esperanza colectiva. Tras años de negociaciones, el Gobierno de Felipe González logró el ingreso que marcaría un antes y un después para nuestra economía, nuestra sociedad y, especialmente, para el campo español.
El campo, aún basado en modelos tradicionales, sería uno de los sectores que más cambios viviría con la entrada en Europa. Comenzaba un proceso de transformación sin precedentes.
La entrada en Europa trajo consigo una de las políticas más decisivas para el campo español: la PAC. Ayudas, reconversión y profesionalización marcaron el inicio de una transformación profunda.
Desde los años 90, los fondos europeos impulsaron la modernización de explotaciones, la tecnificación y la seguridad alimentaria. La agricultura dejó de ser de subsistencia para mirar a Europa.
Hoy, la PAC incorpora sostenibilidad y digitalización, pero también más exigencias y burocracia. Aun con sus sombras, ha sido clave en el salto del campo español al siglo XXI.
No todo fue sencillo: la desaparición de cuotas en sectores como el lácteo supuso un cambio traumático para muchas explotaciones, que tuvieron que adaptarse de golpe a un nuevo escenario competitivo sin red de protección.
En 40 años, el campo español ha reducido su número de explotaciones a menos de la mitad, pero ha ganado en tamaño, profesionalización y tecnología. El salto es estructural.
El valor de la producción agroalimentaria se ha multiplicado por seis. Las exportaciones han pasado de 1.500 a más de 70.000 millones de euros. Hoy el campo vende más fuera que nunca.
Tractores, riego eficiente, digitalización y certificaciones sanitarias. El campo de 2025 no se parece al de 1986, y los datos lo confirman con claridad.
La entrada en Europa supuso modernización y estabilidad, pero también trajo una creciente carga burocrática y exigencias normativas difíciles de asumir.
La PAC protegía, ahora condiciona. Productores ahogados por papeles, normas que no protegen frente a importaciones, y una sostenibilidad que no todos pueden pagar.
La política agraria comunitaria necesita recuperar su sentido: garantizar alimentos, dignificar al productor y construir un modelo que proteja a quienes trabajan la tierra.
Cuarenta años después de su adhesión, España es clave en el corazón de Europa. Pero el camino no ha sido solo de integración, también de exigencia creciente y desafíos compartidos.
España ha transformado su economía, su campo y su posición en el mundo. Pero aún debe ganar influencia y defender con más fuerza sus intereses estratégicos, especialmente los agrarios.
Europa necesita una España protagonista. Y España necesita una Europa que escuche al campo. Porque sin explotaciones vivas, no hay Unión que prospere.